Esta infección viral produce la inflamación del hígado y el bloqueo de la bilis, necesaria para descomponer la grasa, además de alterar otras funciones básicas de este órgano
El hígado es un órgano muy importante para el organismo, ya que interviene en la digestión de los alimentos y en la metabolización de los nutrientes absorbidos. Por otro lado, manipula una gran cantidad de sustancias endógenas y exógenas y elimina aquéllas que resultan nocivas o las transforma en otras beneficiosas. El consumo de tóxicos y la dieta errática suponen una fuente de agresiones para este órgano.
El hígado puede resultar afectado por gran variedad de procesos, de forma aislada o en el contexto de una enfermedad sistémica. Cuando es atacado de esta forma sufre un proceso de inflamación aguda o crónica que, en caso de persistir, deriva hacia otro proceso degenerativo. El término 'hepatitis' indica esa inflamación aguda o crónica del hígado.
En estos casos, el hígado adquiere un aspecto grande, sobre todo cuando la inflamación es de tipo agudo. A veces esa inflamación como tal no se aprecia claramente, sino en la destrucción de tejido hepático que provoca. Sin embargo, frente a esa posible destrucción o lesión, las células hepáticas tienen una capacidad de regeneración muy elevada y eficaz, aunque limitada, ya que si la destrucción ha sido importante, ese proceso de regeneración se realiza de forma anárquica y sin conservar la estructura inicial.
El proceso inflamatorio y destructivo, además, puede centrarse en otras estructuras del hígado, como el sistema de drenaje biliar, cuya destrucción acabará afectando también al resto del tejido hepático. Estos procesos inflamatorios pueden ser desencadenados por infecciones, sobre todo virales. Hay una amplia gama de virus que tienen una especial 'predilección' por ese órgano. Algunos de ellos, además de su predisposición a atacarle, tienen la propiedad de ocultarse o permanecer en él. Son identificados por letras, como el de la hepatitis A, B y C, además de otros menos conocidos y con una estructura especialmente sencilla -delta- pero igualmente peligrosos.
El virus de la hepatitis A suele llegar al hígado a través del aparato gastrointestinal, es decir, vía oral. Produce una inflamación aguda que rara vez se vuelve crónica.
Los virus de la hepatitis B y C se adquieren habitualmente vía parenteral a través de fluidos o sangre contaminada. Pueden producir una inflamación aguda, aunque principalmente generan una infección crónica que puede derivar en un proceso de inflamación y fibrosis, o bien quedar silentes.
Otras partículas virales pueden acompañar a estos virus, sobre todo cuando se transmiten vía parenteral.
Tóxicos hepáticos
Además, debido a que en el hígado se metabolizan una gran cantidad de sustancias endógenas y exógenas, la aparición en grandes cantidades de esos productos acaban saturando el sistema hepatocelular y provocando la destrucción y lesión del mismo.
El tóxico hepático más habitual es el alcohol, capaz de producir una lesión aguda del hígado o una destrucción progresiva de su tejido y derivar en una hepatopatía cirrótica. También los venenos y sustancias químicas tóxicas le afectan especialmente, como sucede con los procedentes de las setas. Algunos medicamentos pueden afectar al hígado, habitualmente de forma transitoria aunque muchas veces en relación con un uso inadecuado o en ocasiones como efecto inevitable cuando se busca una eficacia terapeútica.
Al no funcionar adecuadamente el hígado, se alteran muchos mecanismos de homeostasis interna. Existen sustancias que pasan a la circulación sistémica sin ser convenientemente depuradas o metabolizadas. Al reducirse la capacidad de síntesis o fabricación del hígado, disminuyen los niveles de proteínas -especialmente de la albúmina-- y de diversos factores como algunos implicados en la coagulación de la sangre. También se reduce la excreción de bilis, lo que a su vez dificulta la digestión de los alimentos grasos, y aumentan los niveles de bilirrubina no modificada en sangre. La circulación de sangre a través del hígado se ve también afectada .
Los síntomas
La presencia de una enfermedad hepática puede dar lugar a una serie de síntomas dependiendo de la velocidad, del grado de afectación y de las funciones comprometidas. Una hepatitis aguda provoca la aparición de un color amarillo en mucosas y piel debido al depósito de bilirrubina. Esa sustancia circulante en la sangre da también un color oscuro a la orina, mientras que, al no estar presente en el tubo digestivo -por el deterioro de la absorción de grasas-, provoca unas heces blandas y de color pálido que suelen flotar en el agua por su contenido en grasas.
Aparecen también con frecuencia lesiones hemorrágicas, a menudo en forma de hematomas. Si la afectación hepática es importante, se acumulan toxinas en el organismo, sobre todo de origen intestinal, lo que da lugar a un mal aliento con olor a manzana.
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