Desde que en 1968 George A. Romero dirigiera La Noche de los Muertos Vivientes, cinta que a mi gusto ha envejecido bastante mal, la figura de los zombies se ha popularizado hasta tal punto que ha llegado a estereotiparse, de la misma manera que ha sucedido con vampiros, hombres lobo y demás fauna del bestiario popular.
Pero detrás de la cinematográfica imagen que todos tenemos de los muertos vivientes se esconde una realidad más aterradora, quizás, que la propia ficción. La verdadera historia de los muertos vivientes nos lleva al Caribe, concretamente a Haití, territorio dominado por el vudú, una especie de religión que mezcla elementos del cristianismo con otras creencias ancestrales provenientes de África.
Al igual que muchas otras cosas, la amalgama de rituales y fetiches que componen el vudú llegó hasta el nuevo continente gracias a los esclavos provenientes del continente negro. De hecho, se conservan documentos en los que se mencionan practicas mágicas similares a las caribeñas, basadas en que “la parte es el todo”, en la antigua Mesopotamia, en el Egipto faraónico o en el Imperio Romano, donde eran muy comunes las maldiciones.
Pero el fenómeno de los zombies poco tiene que ver con la magia o las maldiciones. Sin subestimar las poderosas e influyentes artes de los llamados Houngans, sacerdotes del vudú, el secreto a la hora de transformar a las personas normales en zombies radica en una pócima en polvo de la que se desconoce su composición exacta, pero se sabe que se fabrica a partir de venenos como el de la tarántula o el pez globo, tetradoxina en este último caso. Un veneno muy bien conocido por los amantes de la comida japonesa.
Los efectos de este polvo, conocido popularmente conocido como polvo zombie, son espeluznantes, pues sumen a la victima en un estado catatónico que hace pensar a sus allegados que está muerto, siendo enterrado en vida. No obstante, por los testimonios que han llegado a la luz pública, el afectado no llega a perder totalmente la consciencia y puede incluso escuchar los llantos y los comentarios que sus afectados familiares y amigos hacen junto a su supuesto cadáver. Una vez enterrado, y pasado un tiempo prudencial, el brujo que le ha envenenado lo desentierra y le da un brebaje para que recupere la movilidad, pero la capacidad intelectual del falso difunto se verá mermada para siempre por culpa del propio veneno y de la falta de oxígeno a la que se ve sometido dentro del ataúd.
Una vez “resucitados”, los suelen ser convertidos en esclavos de su nuevo amo hasta que, molidos por el trabajo, acaban por abandonar este mundo realmente. Una auténtica muerte en vida.