Es verdad que pensar en optar por un programa de entrenamiento y nutrición a largo plazo para bajar de peso de forma sana y correcta puede resultar algo engorroso. Pensar en la cantidad de kilómetros diarios que hay que correr y en la cantidad de postres y alimentos que uno debe evitar puede resultar un tanto desalentador.
Es a raíz de esto que los anorexígenos o drogas para sacar el hambre gozan de tanta popularidad. Estas mezclas de anfetaminas, diuréticos, laxantes, hormonas y sedantes ofrecen una forma sencilla y rápida de bajar de peso, pero esta es sólo una cara de la moneda.
Estas drogas tienen un altísimo poder adictivo en quien las consume, y además si bien con su consumo se pueden perder muchos kilos en poco tiempo, es una realidad que una vez que se las deja de consumir puede ganarse nuevamente el peso perdido, e incluso aumentarlo por el efecto rebote.
Ante este tipo de drogas y las consecuencias que pueden acarrear en nuestro organismo, la señal de alarma se enciende al conocer el dato de la ONU que dice que Argentina es el segundo país consumidor de anorexígenos, con 400.000 personas que los consumen diariamente para quitarse la sensación de hambre.
Pensemos con la lógica. Una persona de peso regular siente hambre porque su organismo necesita nutrientes. Pero si se elimina antinaturalmente la sensación de hambre también se está agrediendo al organismo, privándolo de los nutrientes que éste necesita para su correcto funcionamiento.
Los programas para reducir peso deben ser graduales y paulatinos, nunca abruptos y de un momento para el otro. Es por esto que la opción correcta puede resultar más engorrosa, pero siempre será más adecuada que cualquier otro método que no implique tanto esfuerzo, pero que dañe invaluablemente a nuestro cuerpo.

















Para la investigación, se estudiaron las pruebas de niveles de Proteína C-Reactiva de más de 10.000 personas y fueron seguidas durante 16 años. Los investigadores comunicaron que aquellos con altos niveles de proteína C-reactiva, en el inicio del estudio, tuvieron mayor riesgo de desarrollar cáncer en un 30%. Por otro lado, aquellos con niveles más altos fueron 80% más propensos a morir prematuramente, ya sea de cáncer u otra causa, independientemente si el cáncer se propagó a otras partes del cuerpo. 

